viernes, agosto 22, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo dos)


— Ey, amigo. ¿Quieres pasártelo bien?
El hombre miró hacia donde provenía la voz. Un grupo de chicas jóvenes, entre los veinte y los veinticinco años, a lo sumo, le miraban mientras intercambiaban risas y cuchicheos.
— Sí, tú, el tipo de negro… ¿No te gustaría pasar un buen ratito conmigo?
El hombre tragó saliva y pensó muy bien lo que iba a decir. No se sentía tranquilo en ese vecindario, y tenía una misión que cumplir. Y tenía que pasar desapercibido. Muy desapercibido.
— Eh… no… Tengo prisa, gracias.
Intentó zafarse del camino del grupo de chicas, pero estas le cerraron el paso.
— No quieras irte tan deprisa, guapetón. – Le espetó una morena de pechos generosos.
— Lo siento, yo… — Con nerviosismo y poca caballerosidad, se zafó del grupo, que continuó con las risas y las burlas hacia él.
— Bueno, chico, tú te lo pierdes… — Sentenció la morena, mientras las otras coreaban su ocurrencia.
El hombre aceleró el pasó y entró en el túnel de Juegos, que a esas horas bullía de actividad. Se abrió paso con rapidez y llegó al otro extremo. Solo tuvo que rechazar a dos grupos de prostitutas más y varios vendedores de cristal para conseguirlo. Ningún problema. Nunca había sentido la necesidad de consumir ninguna de las dos cosas y pudo salir sin problemas de la zona más concurrida del barrio.
Se orientó mediante el localizador de su muñeca y enfiló por la calle en dirección al puerto. Entonces, lo vio.
Fue una sombra, un breve parpadeo en lo alto de una azotea. En la de un edificio de los que se alzaban en esa zona, de apenas cuatro alturas, creyó ver una silueta. Una silueta familiar y que no esperaba ver ahí.
La visión de esto le alteró y comenzó a correr. No podía permitir que lo cogieran. La carga que custodiaba era demasiado valiosa para que cayera en sus manos.
Recordó las indicaciones, y apretó con fuerza el maletín contra su pecho. La información debía llegar hasta su destino o no llegar a ningún sitio.
— Ey, guapo. ¿Quieres divertirte?
El sonido de la voz de la joven le sacó de su ensimismamiento y esta vez, decidió hacerle caso. En cualquier lugar estaría más seguro que en la calle.
— Sí, claro. – Contestó a la joven, rubia y con buen cuerpo, que no pasaba de los 25 años, si es que los tenía.
— ¡Guau! Eres rápido decidiéndote, guapo. ¿Quieres que nos vayamos a un sitio más tranquilo?
— ¡Sí! – la afirmación le salió muy vehemente, algo que la joven interpretó como una excelente posibilidad de sacarle más dinero del que le sacaría en un servicio normal. Al fin y al cabo, parecía un tipo limpio, con pasta y ese maletín rojo que llevaba le identificaba como un hombre de negocios buscando emociones fuertes en el barrio más conflictivo de la ciudad. – Vamos a un sitio seguro… tranquilo.

— Conozco el lugar ideal, amor… Ven…



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