— Ey, amigo. ¿Quieres pasártelo
bien?
El hombre miró hacia donde
provenía la voz. Un grupo de chicas jóvenes, entre los veinte y los veinticinco
años, a lo sumo, le miraban mientras intercambiaban risas y cuchicheos.
— Sí, tú, el tipo de negro… ¿No
te gustaría pasar un buen ratito conmigo?
El hombre tragó saliva y pensó
muy bien lo que iba a decir. No se sentía tranquilo en ese vecindario, y tenía
una misión que cumplir. Y tenía que pasar desapercibido. Muy desapercibido.
— Eh… no… Tengo prisa, gracias.
Intentó zafarse del camino del
grupo de chicas, pero estas le cerraron el paso.
— No quieras irte tan deprisa,
guapetón. – Le espetó una morena de pechos generosos.
— Lo siento, yo… — Con
nerviosismo y poca caballerosidad, se zafó del grupo, que continuó con las
risas y las burlas hacia él.
— Bueno, chico, tú te lo pierdes…
— Sentenció la morena, mientras las otras coreaban su ocurrencia.
El hombre aceleró el pasó y entró
en el túnel de Juegos, que a esas horas bullía de actividad. Se abrió paso con
rapidez y llegó al otro extremo. Solo tuvo que rechazar a dos grupos de
prostitutas más y varios vendedores de cristal para conseguirlo. Ningún
problema. Nunca había sentido la necesidad de consumir ninguna de las dos cosas
y pudo salir sin problemas de la zona más concurrida del barrio.
Se orientó mediante el
localizador de su muñeca y enfiló por la calle en dirección al puerto.
Entonces, lo vio.
Fue una sombra, un breve parpadeo
en lo alto de una azotea. En la de un edificio de los que se alzaban en esa
zona, de apenas cuatro alturas, creyó ver una silueta. Una silueta familiar y
que no esperaba ver ahí.
La visión de esto le alteró y
comenzó a correr. No podía permitir que lo cogieran. La carga que custodiaba era
demasiado valiosa para que cayera en sus manos.
Recordó las indicaciones, y
apretó con fuerza el maletín contra su pecho. La información debía llegar hasta
su destino o no llegar a ningún sitio.
— Ey, guapo. ¿Quieres divertirte?
El sonido de la voz de la joven
le sacó de su ensimismamiento y esta vez, decidió hacerle caso. En cualquier
lugar estaría más seguro que en la calle.
— Sí, claro. – Contestó a la
joven, rubia y con buen cuerpo, que no pasaba de los 25 años, si es que los
tenía.
— ¡Guau! Eres rápido
decidiéndote, guapo. ¿Quieres que nos vayamos a un sitio más tranquilo?
— ¡Sí! – la afirmación le salió
muy vehemente, algo que la joven interpretó como una excelente posibilidad de
sacarle más dinero del que le sacaría en un servicio normal. Al fin y al cabo,
parecía un tipo limpio, con pasta y ese maletín rojo que llevaba le
identificaba como un hombre de negocios buscando emociones fuertes en el barrio
más conflictivo de la ciudad. – Vamos a un sitio seguro… tranquilo.
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