1. El Hotel Marlowe
Llegué en menos de tres minutos a
la puerta del hotel. El aviso había surgido del Vicom de Shantia y señalaba el
código de mayor urgencia posible. Algún cliente pretendía hacerle daño, y en el
caso de Shantia, eso era algo muy preocupante.
Se trataba de una mutante de
nivel tres. No es que fuera capaz de reventar la cabeza a nadie moviendo la
nariz, pero sí que sabía cuidarse y no era nada sencillo amedrentarla.
Un aviso de esa magnitud
significaba que estaba muy asustada.
El Marlowe era un hostal bastante
mejor de lo que abundaba en la zona del Distrito Azul. Su fachada era de
azulejo ventilado, y lo mantenían bastante bien. Curiosamente, no era propiedad
de Salamanca, pero los dueños eran viejos conocidos de sus padres, y tenían muy
buena relación con ella.
El vestíbulo estaba tan bien
cuidado como el exterior, con muebles sencillos pero bien cuidados y limpios.
No era un local que yo frecuentara mucho, y me extrañó que hubiera problemas en
una de sus habitaciones.
No tenían una mala seguridad, y
eran bastante escrupulosos con sus clientes. Un oasis de normalidad y buenas
maneras entre el cenagal donde estaba situado.
Tras el mostrador estaba Ruiz, un
pequeño pero vivaracho cuarentón que parecía vivir en su puesto de trabajo. No
había entrado muchas veces en el Hostal, pero siempre estaba ahí, mirando los
monitores de seguridad y arreglando papeles. Muchos papeles.
Cuando irrumpí, noté que sus ojos
me miraban inquisidores. No le gustaban las prisas, y mi entrada había sido
todo menos tranquila.
—— Vaya, tenemos prisas, ¿eh?
—— Déjate de formalismos, Ruiz.
Tengo un aviso de Shantia. ¿Dónde està?
Su cara mostró un poco de
sorpresa. La justa. No había detectado ningún indicio de violencia en los
monitores, y los bots de limpieza no habían reportado incidentes durante las
últimas horas. El último fue dos días antes, y había sido un cliente que se
había pasado con el licor de Grant del mueble bar.
— No veo que haya nada irregular
en la habitación de Shantia.
— Déjate de tonterías. ¿Qué
número es?
Suspiró, pero sabía que no me iba
a dar por vencido tan pronto, y acertadamente prefirió darme el número de
habitación.
— Ciento seis.
Tiré escaleras arriba, hacia el
primer piso. El recibidor se abría hacia dos pasillos. Uno permitía el acceso a
las habitaciones 101 a
106 y la otra, del 107 al 112. Me adentré con prisas, pero con la precaución
necesaria. Es decir, desenfundé el Taser.
Utilizaba un modelo 101—S,
ligero, manejable y muy versátil. Se solía dejar de lado siempre porque no era
necesariamente letal. Aún así, bien utilizado podía dejar fuera de combate a un
oponente durante varios minutos. Lo justo para poder solucionar los problemas
que se presentasen.
A medida que me acercaba a la
puerta 106, me maldije por no haber preguntado quien era el cliente de Shantia.
No solía meterme en problemas con gente que no conocía, y la urgencia del aviso
me había preocupado bastante.
Escuché como Narm y Quba llegaban
a recepción y Ruiz les informaba que yo estaba arriba. Mejor. Si había
problemas serios, contar con la fuerza de uno y la agilidad de la otra me
vendría muy bien.
Llegué a la puerta, mientras los
pasos de mis chicos les llevaban hasta el primer piso. No quise esperar, así
que me dispuse a llamar. Ruiz había sido más listo de lo que me esperaba, y un
clic me informó que había abierto la cerradura desde abajo. No era tonto, no.
Cuanto menos ruído, mejor para todos.
Empujé la puerta y entré sin
miramientos. La habitación estaba en silencio, sin ningún movimiento
perceptible. La cama estaba deshecha. Destrozada sería una descripción más
ajustada a lo que encontré. Ni rastro de la chica ni su cliente a primera
vista.
Una vez la luz encendida, me di
cuenta de que había un rastro de sangre que llegaba hasta la puerta del cuarto
de baño, que estaba entornada.
Sin dejar de apuntar, me acerqué hasta ella, pero con la
precaución de llevar el brazo derecho levantado, como aviso a mis chicos de que
estaba ahí y que guardaran silencio.
Quba llegó antes y no tuve que hacerle otra señal. Se lanzó
contra el otro lado de la puerta del baño, dispuesta a saltar sobre quien
quisiera salir de allí.
Narm se lanzó al suelo y comprobó
que bajo la cama no había nadie. Sería algo extraño, ya que la parte inferior
de la misma generaba un campo magnético que permitía que la cama levitase, pero
impedía que nadie se refugiara bajo ella. Aunque no sería la primera vez que
alguien intentara sorprenderles así.
Se levantó de golpe y antes de
que yo me acercara a la puerta, ya estaba apuntando a la puerta con su Taser 1001C .
Empujé la puerta hacia dentro, y
antes de que pudiera reaccionar, Quba se lanzó al interior, desoyendo mi
protesta. Tenía que hablar con ella. No consentía que yo corriera peligro, y
era demasiado osada en esos momentos.
— ¡Mierda! – La oí mascullar
entre dientes.
No tardé ni un segundo más en ver
qué le había contrariado tanto. El cuerpo del presunto cliente de Shantia
estaba sentado en la taza del vater. Su cuerpo, al menos, porque su cabeza
había desaparecido. El cadáver, todavía vestido y totalmente lacio, se apoyaba
en la cisterna. Un maletín de color rojo se apoyaba en sus pies, perfectamente
cerrado. Un primer vistazo me hizo saber que no había sido forzado.
Mientras yo me hacía la
composición de la situación y me preguntaba donde estaba la cabeza del tipo, Quba
se acercaba a la bañera. Dentro estaba Shantia.
Había muerto a causa de la rotura
del cuello, que provocaba una extraña y antinatural postura.
— Joder…— La ágil mutante no se
llevaba especialmente bien con las chicas, y Shantia no era una excepción, pero
sabía que debía protegerlas y solucionar este tipo de problemas. Y había
fracasado.
Yo me llevaba muy bien con la
mayoría de chicas (de forma profesional, claro. Salamanca no permitía ciertas
libertades a sus subordinados, ni aunque fueran de mi posición), y conocía muy
bien a Shantia.
Era una chica joven, de apenas 23
años, que había llegado huyendo de un padre alcohólico y una madre ludópata.
Salamanca le había dado un lugar donde volver a empezar, y cuando terminara el
contrato de cinco años, sería una mujer con una buena posición económica y un
trampolín social que le permitiría medrar sin problemas en la gran ciudad.
Ahora, estaba muerta, con el
cuello roto en una bañera de un hotel situado en uno de los peores barrios de la
ciudad que ella quería comerse.
No había nada alrededor que
atestiguara qué había ocurrido en la pequeña estancia.
Shantia estaba desnuda en la
bañera, que sin embargo estaba vacía y seca. No se había caído y roto el
cuello, obviamente. Alguien la había asesinado, aunque no parecía que hubieran
abandonado la habitación.
El cliente estaba vestido, tal y
como pareció en un primer momento, y lo único que faltaba en él era la cabeza.
Una escena a la que también le
faltaba otra cosa, tal y como apuntó Narm.
— ¿Dónde está la sangre?
No me había dado ni cuenta, pero
en la escena del crimen no había ni una sola gota de sangre. Algo inaudito si
tenemos en cuenta que la cabeza del cliente había sido cercenada y tenía que
habar salido algo parecido a un surtidor de ella.
No cuadraba nada en esa dantesca
escena.
— ¡¡Joder!! – La pequeña cabeza
de Ruiz asomó entonces en la habitación. —— ¿Qué ha pasado aquí?
Maldije en voz baja y salí a la
habitación, juntando la puerta tras de mí. Quba se quedó dentro intentando
encontrar algo que le diera una respuesta.
— Ruiz, no dejes entrar aquí a
nadie, ¿me oyes? ¡A nadie!
El jaleo había alertado a los
clientes de las habitaciones cercanas y algún osado se asomó a ver qué pasaba.
Ruiz los aventó con energía y les hizo entrar en las habitaciones y cerrar las
puertas.
— Venga, aquí no ha pasado nada.
¡Volved a lo vuestro!
Como si hubiera sido una
indicación, las chicas invitaron a sus clientes a volver al interior de las
habitaciones. Si alguno requería algún servicio extra, ya lo cobrarían después.
Sabían donde estaban y lo que tenían que hacer.
Yo volví dentro del aseo, y llamé
a Quba. Mejor que se apartara y no cubriera ninguna huella que pudiera servir
para averiguar qué había pasado ahí dentro.
— Narm, llama al Doctor. Quiero
que busque una explicación a esto. Ruiz, necesitaré las grabaciones de este
pasillo, y todo lo que pueda servir para saber quien entró y quien salió de
esta habitación.
— Para el carro, chaval. Eso me
lo tendrá que decir mi jefe. No puedes…
— Mira Ruiz, ya estamos bastante
jodidos. No me hagas perder el tiempo. Ve buscando esas grabaciones, que yo
hablaré con tu jefa y se lo explicaré todo.
Me miró con cara de enfadado,
pero era inútil. Sabía tan bien como yo que el lío era gordo y que se debía
solucionar todo con la mayor celeridad.
Además, sin polis, y de la forma
más discreta posible. Sabía perfectamente que Salamanca me dejaría hacer sin
problemas. A lo sumo, enviaría a una o dos de sus chicas para tenerme
controlado.
A diferencia de otros grupos,
donde se podían encontrar indistintamente a varones o hembras en los equipos de
trabajo, Salamanca decidió que solo podía confiar en mujeres y se rodeó de un
importante número de ellas. Jóvenes y guapas, por cierto.
Cada uno tiene sus gustos…
Mientras Narm hacía la llamada a
la Casa Elba, yo marqué el número privado de Salamanca. Pese a lo intempestivo
de la hora, sabía que ella en persona contestaría.
— Dime.
— Perdona que te moleste a estas
horas, Salamanca, pero tenemos un problema en el Marlowe.
Intenté que mi voz sonará lo más
profesional posible, pero no pude evitar que notara cierto nerviosismo e ira
mal controlada en ella.
— ¿Qué ha pasado?
— Alguien ha asesinado a una de
las chicas y a su cliente. Estamos procesando la habitación e investigando lo
sucedido. Tranquila, lo dejaremos todo limpio en cuanto podamos.
— Ya veo. ¿Quién es la
desdichada, si se puede saber?
Me lo pensé un poco antes de
decírselo. Shantia había sido tentada por la seguridad de Salamanca, y se negó.
Al parecer, le apetecía más vender su cuerpo que servir en la guardia
pretoriana de la dama.
— Shantia.
— Vaya, una muchacha encantadora.
Sí que es una lástima. Espero que cojas pronto al cabrón que le ha hecho eso. Y
que averigües quien le ha cortado la cabeza al pobre desgraciado que iba a
corromperla.
Otra vez. Ya sabía todo lo
ocurrido, incluso antes de que le llamara yo. Habría buscado una cámara oculta
en el techo, pero sabía que era inútil. Si existía, no lo sabría hasta que Ruiz
decidiera pasarme la grabación.
— Tranquila, lo haremos. Esto no
quedará así.
Una señal de Narm me indicó que
Doc venía en camino.
— Te tengo que dejar. Hay mucho
que mirar aquí.
— Bien, espero tus noticias. Yo
informaré a los propietarios del Marlowe.
Colgué con ese regusto extraño
que me quedaba siempre tras hablar con ella.
La llegada de Doc había creado un
poco de revuelo. Su presencia era bastante… llamativa.
Una gabardina de piel negra que
le llegaba casi hasta la suela de sus botas militares, sus guantes del mismo
color y un sombrero de cuero negro enmarcaba la pálida y estirada cara. Un
aspecto que era su tarjeta de presentación desde hacía más tiempo del que
podían recordar la mayoría de los empleados de Salamanca. Y habían algunos
empleados que llevaban muchos años al servicio de la Dama.
Doc subía por las escaleras, y
aunque sus botas deberían hacer suficiente ruido como para despertar a todos
los inquilinos, solo un leve siseo, ligero y casi inaudible marcaba la
presencia del experto de la Organización.
Su voz sonó tan gélida como su
presencia.
—— Hola, ¿dónde está la víctima?
Como siempre que tenían que
cruzar sus caminos, un escalofrío recorrió mi espalda. Luego me acostumbraba a
su presencia, pero siempre estaba ese momento, el primero, en que su voz,
cortante como el hielo, helaba la sangre de su interlocutor.
—— Hola, Doc. – Siempre intentaba
que no se notara, aunque sabía perfectamente que él sabía lo que yo sentía y,
además, disfrutaba con ello. – En el servicio, ella en la ducha y él sentado en
el retrete.
— Uhm… Interesante. Veré qué
puedo sacar de todo esto.
Su falta de interés por la
presencia de dos cadáveres hizo que me irritara aún más. No es que yo llorara
demasiado por la muerte, pero esa chica estaba bajo mi protección, y le había
fallado. No a Salamanca, sino a ella.
Mientras Doc entraba, un
estruendo hizo que volviera mi mirada a la escalera. Igual que el silencio
imposible del especialista me producía escalofríos, el ruido que provocaba su
ayudante no me era extraño.
— Ops… Perdón, perdón, perdón…
El joven, que no tendría más de
22 años, era un estudiante que había entrado al servicio de Salamanca hacía
poco más de tres años, era un completo desastre llevando bultos y siendo
sigiloso, pero en cuanto se ponía a trabajar, su pericia rivalizaba con la de
su maestro. Por eso, fue reclamado inmediatamente por Doc para ser su ayudante.
— Tranquilo, Felip, no pasa nada.
Doc está dentro.
— Sí, lo sé. ¡Te dejo!— Entró en
la habitación tras esta despedida y cerró la puerta tras él. A Doc le gustaba
trabajar en soledad, a excepción de su ayudante. Durante un par de horas,
estarían los dos allí, solos, buscando cualquier cosa que pudiera ser relevante
para la investigación. Y no solían dejarse nada en el tintero.
Dejé a Narm al cargo de la
custodia de la puerta, y, más por instinto que por notar algo extraño, me
acerqué a la habitación 105, la que estaba más cerca de la que acabábamos de
dejar.
Probé el pomo, y recordé por qué
mis intuiciones eran tan apreciadas en la Casa Elba y por qué seguía con vida,
tras meterme en tantos problemas.
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