jueves, marzo 01, 2007

¿Quien soy?

El rostro que me miró esta mañana desde el espejo no despertó ni un asomo de reconocimiento. Sin embargo, debía de ser el mío.

Salí a la habitación, tan extraña para mi como mi rostro, y busqué algo de ropa para ponerme. En una esquina se amontonaba lo que debía de ser lo que vestí la noche anterior, aunque ni me acerqué. Seguramente, sería tan extraño como el resto de trajes, camisas y pantalones que encontré en el armario.

Elegí una camisa y un pantalón al azar, y con un conjunto de ropa interior, calcetines y zapatos, me miré al espejo.

Podría ser mi estilo. O quizás no.

Bajé a la recepción del hotel (que de eso se trataba. No de una casa, no de un hogar, sino de un hotel de paso) y el recepcionista me saludó con amabilidad.

Vi como una pareja se detuvo un segundo, para mirarme, y con un breve gesto, me saludaban. Se dirigieron a lo que parecía ser el comedor, y decidí seguirles.

Una vez dentro, me sorprendió que el maitre se adelantara con rapidez y, dejando de lado a la pareja que entró delante de mí, se dirigiera a mi.

Con mucha amabilidad (incluso con un exceso de atención, diría yo) me condujo a una mesa apartada, discreta.

Hizo una breve señal a un camarero, quien me acercó la bandeja de desayunos. Me serví, no sin dejar de percatarme de que se encontraba nervioso, e incluso me ocultaba su mirada.

¿Quién soy?, volví a preguntarme.

Todo el restaurante dirigía, en alguna ocasión, una fugaz mirada hacia mi mesa, unos temerosos, otros nerviosos. Los menos, emocionados.

Saboreé los dulces del desayuno, y entonces reparé en que frente a mi había una silla vacía.

El servicio estaba preparado para otra persona, pero deduje que no debía de haber nadie más, que no esperaba a nadie, ya que me habían servido.

La rosa blanca sobre el solitario plato consiguió arrancar de mi cerebro una imagen ràpida, que se difuminó al instante.

Continué mirando la rosa.

Finalmente, la cogí con cuidado, y acerqué los pétalos a mi nariz.

Supe de repente que este gesto se repetía cada mañana, desde no sabía cuando, y que era así como debía ser.

El maitre se acercó de repente, y dejó, con discreción, un pastillero junto a mi copa de agua.

La certeza inundó mi mente.

Sabía quien era, de quien era la plaza vacía, y lo más importante, que había hecho yo.

Reprimí una lágrima, y tomé la pastilla que borraría, una vez más, los negros recuerdos de aquel día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

quien soy...
ilusoriamente me regocigaba con saber quien era ese que, de por si, vagabundeaba por el pasillo de la habitacion, cuando de repente un hecho fortuito, porque inforutito desde ya no lo era, recai en la idea de como descubriria yo quien era ese. Un ilustre sonido emanaba de una incipiente caja negra, el cual hizo de mi lo que soy ahora. Nunca entendi cual fue mi desicion, solo fue naturaleza.

"microcuts"