Estaba nervioso.
Era su primer día de trabajo, y no quería hacerlo mal.
En un país desolado, tener trabajo era un privilegio.
Y él siempre había sido un hombre honrado, que había huido de los malos consejos. Se merecía esta oportunidad.
Y ahora, por fin, este trabajo iba a mantener a sus tres hijos y a su esposa.
Por eso, cuando su capitán dio la orden de disparar, el casquillo saltó, caliente, de la recamara de la pistola.
Esa bala, mató a dos hombres: al gimoteante muchacho que aguardaba de rodillas, y al hombre que se convirtió en verdugo.
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