La muchacha se quitó el ligero
vestido que llevaba puesto. Lo hizo con elegancia y sin perder la compostura,
cosa que sorprendió a su entrajado acompañante. Su desnudez hizo que él se
pusiera más nervioso todavía, y tragó saliva.
Asió con más fuerza el maletín,
como si fuera el ancla que le permitiría salir de allí y volver a la carrera
huyendo del que estaba en la otra habitación.
Tras catar por primera vez los
labios de la chica, había tomado la precaución de cerrar la boca y dejar de
respirar en cada beso. El poso quedaba en sus labios, pero evitaba tragar toda
la droga que ella le introducía con cada uno de sus apasionados contactos.
— ¿No te gusta lo que ves,
corazón? – Su voz, sensual, parecía incrementar el efecto de la droga, así que
tomó la determinación de actuar antes de caer bajo su influjo.
— Sí… Er… Sí, claro. Eres…
Preciosa. Pero… Déjame que entre en el baño… Ponte cómoda, que vuelvo
enseguida.
— Claro, cielo, claro… — Pasó su
mano por su mentón, y se fue, contoneando sus caderas, hasta la cama que
flotaba en el centro de la habitación.
El entrajado entró en el baño y
descubrió un pañuelo de tela, junto a unos arcaicos enseres de afeitado. Hacía
años que no utilizaba una de esas cuchillas, pero no podía parar a contemplar
las excentricidades del servicio de cortesía del hotel. Cogió el pañuelo y se
limpió la boca con brusquedad, buscando eliminar cualquier rastro del
psicotrópico.
Se lavó la cara, frotando otra
vez los labios y se atrevió a hacer gárgaras.
Fuera, Shantia, miraba la puerta con una sonrisa de
satisfacción. Parecía que el tipo llevaba dinero y no parecía muy lanzado, así
que tendría que esforzarse un poco más. Cogió el pastillero que llevaba en el
cinturón, que descansaba en el suelo, y se embadurnó los labios con un poco más
de Ceniza de Sal.
Caería, vaya si caería, el amigo
del maletín…
Este seguía en el baño, nervioso.
No sabía qué hacer. Pensaba en salir corriendo, abrir la puerta y lanzarse
escaleras abajo. Solo era un piso y podría estar en la calle en apenas unos
segundos.
Luego volvería sobre sus pasos y
se perdería de nuevo entre la gente que ocupaba la zona de juegos. Estaría
fuera del alcance de su perseguidor en unos minutos.
Tomó aire, pero notó como le sobrevenía un pequeño mareo.
Obviamente, algo de la droga
había entrado en su organismo y con la agitación, estaba actuando de manera más
rápida.
Intentó normalizar su respiración, y se apoyó en la pared. Se lavó de
nuevo la cara, y buscó un lugar donde sentarse. El inodoro le pareció un buen
lugar