miércoles, marzo 28, 2007

Por el rabillo del ojo

Desde pequeño, veía una sombra que se acercaba hacia él por el rabillo del ojo.

Se asustaba y la esquivaba, pero nunca había nada.

"Será que eres muy nervioso", le dijo el médico cuando le consultó.

Un día, conduciendo su coche de vuelta a casa después del trabajo, creyó ver una sombra por el rabillo del ojo.

"No será nada. Son los nervios", pensó, pero la costumbre le hizo esquivarlo.

Y tuvo suerte, porque la sombra que no existía resultó llevar cinco ejes, pesar 12 toneladas y haberse saltado un semáforo.

sábado, marzo 10, 2007

Momento 5

Al acabar el verano, el mar dejó la espuma. Su ausencia, una lágrima.

Momento 4

A la luz de tu luna,

tu mirada, el engaño,

tus labios la copa

y tu beso, el veneno.

Momento 3

El sol se confundió entre los cabellos de ella.

Él se fundió entre ambos.

viernes, marzo 09, 2007

La hora de vestirse

A la hora exacta, entraron los asistentes.

Me encontraron, como era de esperar, tumbado. Raro sería haberme pillado de pie, vistiéndome, e incluso noté como uno de los asistentes se dirigía al encargado de vestirme le decía, con una media sonrisa, algo parecido.

Él amagó, me pareció ver, otra media sonrisa, y se dirigió al otro, que llevaba la ropa con la que debían vestirme hoy.

Yo no obstaculicé, por supuesto, su tarea, y me dejé hacer. Con lo que cobraban, los pobres, no iba a fastidiarles la jornada laboral, que bastante tenían con soportarme. Estar al servicio de alguien como yo, es pesado, y hasta desagradable. Bueno, se supone que mi estado me impide relacionarme con los que me cuidan...

Acabaron de vestirme, y uno de los asistentes se acercó con una cajita de maquillaje. Tocaba ponerse la cara guapa, y hacerla más despierta y apacible.

No estornudé, claro, cuando me pusieron los dichosos polvitos, y aguanté los toques de colorete y contuve una mueca cuando me depilaron las cejas.

En media hora, estaba listo. Trabajaban bien, estos chicos. Lástima que no pudiera recomendarlos.

No tuve ocasión de mirarme en un espejo, ya que enseguida me empujaron hasta la sala donde recibiría a mis visitas. Me colocaron diligentemente sobre el pedestal, y al otro lado de la habitación abrieron las puertas. Hacía algo de fresco, pero era agradable y la verdad, el calor pondría la situación algo incómoda.

La gente iba pasando, saludando con la mano, y alguno de ellos, incluso, iba conteniendo la emoción al verme. Curioso, el ver cómo afectas a quien tanto te conoce. Alguno, incluso hacía algún gesto de desaprobación, pero no les presté ninguna atención. Falsos, que son unos falsos.

Entonces, tuve la impresión de que tiraban de mi hacia arriba, y noté que me elevaba sobre la gente. Ahora ya podía escuchar cada siseo, cada halago y también, cada crítica. Falsos, lo que yo decía.

Me giré hacia el pedestal y vi, por fin, mi cadaver. Estaba satisfecho. Por lo menos en mi velatorio estaba digno.

sábado, marzo 03, 2007

Momento 2

La luna nació blanca, pero él ya no la pudo ver.

jueves, marzo 01, 2007

¿Quien soy?

El rostro que me miró esta mañana desde el espejo no despertó ni un asomo de reconocimiento. Sin embargo, debía de ser el mío.

Salí a la habitación, tan extraña para mi como mi rostro, y busqué algo de ropa para ponerme. En una esquina se amontonaba lo que debía de ser lo que vestí la noche anterior, aunque ni me acerqué. Seguramente, sería tan extraño como el resto de trajes, camisas y pantalones que encontré en el armario.

Elegí una camisa y un pantalón al azar, y con un conjunto de ropa interior, calcetines y zapatos, me miré al espejo.

Podría ser mi estilo. O quizás no.

Bajé a la recepción del hotel (que de eso se trataba. No de una casa, no de un hogar, sino de un hotel de paso) y el recepcionista me saludó con amabilidad.

Vi como una pareja se detuvo un segundo, para mirarme, y con un breve gesto, me saludaban. Se dirigieron a lo que parecía ser el comedor, y decidí seguirles.

Una vez dentro, me sorprendió que el maitre se adelantara con rapidez y, dejando de lado a la pareja que entró delante de mí, se dirigiera a mi.

Con mucha amabilidad (incluso con un exceso de atención, diría yo) me condujo a una mesa apartada, discreta.

Hizo una breve señal a un camarero, quien me acercó la bandeja de desayunos. Me serví, no sin dejar de percatarme de que se encontraba nervioso, e incluso me ocultaba su mirada.

¿Quién soy?, volví a preguntarme.

Todo el restaurante dirigía, en alguna ocasión, una fugaz mirada hacia mi mesa, unos temerosos, otros nerviosos. Los menos, emocionados.

Saboreé los dulces del desayuno, y entonces reparé en que frente a mi había una silla vacía.

El servicio estaba preparado para otra persona, pero deduje que no debía de haber nadie más, que no esperaba a nadie, ya que me habían servido.

La rosa blanca sobre el solitario plato consiguió arrancar de mi cerebro una imagen ràpida, que se difuminó al instante.

Continué mirando la rosa.

Finalmente, la cogí con cuidado, y acerqué los pétalos a mi nariz.

Supe de repente que este gesto se repetía cada mañana, desde no sabía cuando, y que era así como debía ser.

El maitre se acercó de repente, y dejó, con discreción, un pastillero junto a mi copa de agua.

La certeza inundó mi mente.

Sabía quien era, de quien era la plaza vacía, y lo más importante, que había hecho yo.

Reprimí una lágrima, y tomé la pastilla que borraría, una vez más, los negros recuerdos de aquel día.