Me senté en la terraza, esperando a
que llegara mi cita.
Era pronto todavía. Quizás me tocaría
esperar cerca de media hora a que hiciera su aparición.
Pedí una cerveza bien fría, y me
dispuse a hacer pasar el rato como mejor pudiera. Mi natural
inclinación hacia el mundo 2.0, que le llamaban, me hizo sacar el
móvil y activar la aplicación de Facebook.
Nada relevante.
Las decenas de chorradas habituales,
contra el gobierno de turno, los políticos, los curas y las
acostumbradas solicitudes para jugar a esos espantosos juegos que
tanto tiempo roban a los ociosos.
Decidí cambiar a Twitter, que solía
ser más interesante.
Nada relevante tampoco.
Hice el check-in en Four Square, tal y
como habíamos acordado y di las gracias al camarero, que hizo una
mueca con la boca al comprobar que había recomendado el local. A ver
si así le caían más propinas, parecía decir.
Mirada al reloj.
Mi distracción digital me había dado
cinco minutos escasos de entretenimiento. Aún quedaba un buen rato.
Mi mirada cayó en el periódico que
estaba en la otra mesa. Me levanté y lo cogí. Tuve suerte, era el
del día. Cambié el 2.0 por el más cómodo y práctico 1.0, y me
dispuse a leer las noticias del día anterior.
Un político había sido pillado con un
maletín en su coche, lleno de billetes y documentación sobre una
urbanización que había dejado tirada la constructora
correspondiente, que había quebrado hacía dos años. Él, claro, se
declaraba inocente y mantenía su puesto en el ayuntamiento. Faltaría
más.
Un tipo le había pegado dos tiros a
bocajarro a su mujer en una aldea. Un cura había sido pillado con
pornografía infantil... Lo típico de todos los días.
Mirada al reloj del móvil.
Hacía como quince años que no usaba
reloj. Ahora tenía el móvil, que me servía de reloj, y que me
recordaba porque había dejado de usar el artefacto. Siempre
pendiente de él.
Diez minutos. Casi nada.
Apuré la cerveza y dejé que el
líquido ambarino se deslizara por mi garganta lentamente. Me gustaba
esa sensación. Fresca, relajante, vital.
Cerré los ojos, intentando calmarme.
Era una cita importante. De las que se
recuerdan durante tiempo.
Ella era una mujer importante, la hija
de un empresario local. Mucho dinero en la tarjeta y poco cerebro en
la cabeza. Cuerpo escultural y mirada arrebatadora.
Casi me daba apuro haber aceptado verla
hoy.
Un tipo como yo no suele frecuentar
esas compañías, y esta cita podría beneficiarme mucho. Más de lo
que es lógico pensar, claro.
Solo estar ahí, poder disfrutar de...
su compañía ya supone un buen premio, un acierto pleno.
Dos minutos.
Maldije el momento en que dejé de
fumar. Siempre que estaba nervioso, me entraban las ganas de
encenderme un cigarrillo. En lugar de eso, saqué un chupa chups (de
frutas ácidas, mi preferido), y lo abrí.
Saboreaba el primer toque del sabor
ácido del caramelo cuando el coche se detuvo en la otra acera.
Puntual. Me gustan las personas puntuales.
Ella bajó del lado del acompañante.
Morena, con una melena espectacular cayendo por su espalda bronceada.
Alta como un coloso, pero con el cuerpo de una sirena. Piernas
espectaculares, acabadas en una mini falda que apenas era más que un
cinturón y unos pechos que pugnaban por salir de la blusa semi
transparente que los ocultaban.
Me vió y me sonrió.
Se dirigió a mí, andando con
gracilidad imposible encima de unos tacones que desafiaban toda
lógica y esperó a que su chófer bajara antes de avanzar más hacia
mí.
Le devolví la sonrisa y me levanté.
Con un gesto, grácil, imperceptible y
hasta gracioso, desenfundé la pistola, apunté al chófer, le metí
dos balas en cada pierna y me acerqué a la atónita muchacha.
Qué maja era, con apenas 22 años.
Situé el cañón del arma, caliente y
humeante sobre su mejilla y le di el mensaje.
- Tu padre sabe lo que tiene que hacer. La siguiente cita será más completa.
Enfundé el arma, mientras la pobre
muchacha, que esperaba a un donjuán y encontró a un sicario, se
desgañitaba arrodillada junto a un ensangrentado guardaespaldas (no
le pasaba nada, apenas un par de agujeros por pierna. No quería
dejarlo lisiado para siempre. Al fin y al cabo, era un colega).
Cuando iba a subir al coche, recordé
algo. Desandé los tres metros que me separaban del bar y dejé 10
euros en la mesa.
Ante todo, honestidad.