jueves, mayo 31, 2012

La cita



Me senté en la terraza, esperando a que llegara mi cita.
Era pronto todavía. Quizás me tocaría esperar cerca de media hora a que hiciera su aparición.
Pedí una cerveza bien fría, y me dispuse a hacer pasar el rato como mejor pudiera. Mi natural inclinación hacia el mundo 2.0, que le llamaban, me hizo sacar el móvil y activar la aplicación de Facebook.
Nada relevante.
Las decenas de chorradas habituales, contra el gobierno de turno, los políticos, los curas y las acostumbradas solicitudes para jugar a esos espantosos juegos que tanto tiempo roban a los ociosos.
Decidí cambiar a Twitter, que solía ser más interesante.
Nada relevante tampoco.
Hice el check-in en Four Square, tal y como habíamos acordado y di las gracias al camarero, que hizo una mueca con la boca al comprobar que había recomendado el local. A ver si así le caían más propinas, parecía decir.
Mirada al reloj.
Mi distracción digital me había dado cinco minutos escasos de entretenimiento. Aún quedaba un buen rato.
Mi mirada cayó en el periódico que estaba en la otra mesa. Me levanté y lo cogí. Tuve suerte, era el del día. Cambié el 2.0 por el más cómodo y práctico 1.0, y me dispuse a leer las noticias del día anterior.
Un político había sido pillado con un maletín en su coche, lleno de billetes y documentación sobre una urbanización que había dejado tirada la constructora correspondiente, que había quebrado hacía dos años. Él, claro, se declaraba inocente y mantenía su puesto en el ayuntamiento. Faltaría más.
Un tipo le había pegado dos tiros a bocajarro a su mujer en una aldea. Un cura había sido pillado con pornografía infantil... Lo típico de todos los días.
Mirada al reloj del móvil.
Hacía como quince años que no usaba reloj. Ahora tenía el móvil, que me servía de reloj, y que me recordaba porque había dejado de usar el artefacto. Siempre pendiente de él.
Diez minutos. Casi nada.
Apuré la cerveza y dejé que el líquido ambarino se deslizara por mi garganta lentamente. Me gustaba esa sensación. Fresca, relajante, vital.
Cerré los ojos, intentando calmarme.
Era una cita importante. De las que se recuerdan durante tiempo.
Ella era una mujer importante, la hija de un empresario local. Mucho dinero en la tarjeta y poco cerebro en la cabeza. Cuerpo escultural y mirada arrebatadora.
Casi me daba apuro haber aceptado verla hoy.
Un tipo como yo no suele frecuentar esas compañías, y esta cita podría beneficiarme mucho. Más de lo que es lógico pensar, claro.
Solo estar ahí, poder disfrutar de... su compañía ya supone un buen premio, un acierto pleno.
Dos minutos.
Maldije el momento en que dejé de fumar. Siempre que estaba nervioso, me entraban las ganas de encenderme un cigarrillo. En lugar de eso, saqué un chupa chups (de frutas ácidas, mi preferido), y lo abrí.
Saboreaba el primer toque del sabor ácido del caramelo cuando el coche se detuvo en la otra acera. Puntual. Me gustan las personas puntuales.
Ella bajó del lado del acompañante. Morena, con una melena espectacular cayendo por su espalda bronceada. Alta como un coloso, pero con el cuerpo de una sirena. Piernas espectaculares, acabadas en una mini falda que apenas era más que un cinturón y unos pechos que pugnaban por salir de la blusa semi transparente que los ocultaban.
Me vió y me sonrió.
Se dirigió a mí, andando con gracilidad imposible encima de unos tacones que desafiaban toda lógica y esperó a que su chófer bajara antes de avanzar más hacia mí.
Le devolví la sonrisa y me levanté.
Con un gesto, grácil, imperceptible y hasta gracioso, desenfundé la pistola, apunté al chófer, le metí dos balas en cada pierna y me acerqué a la atónita muchacha.
Qué maja era, con apenas 22 años.
Situé el cañón del arma, caliente y humeante sobre su mejilla y le di el mensaje.
  • Tu padre sabe lo que tiene que hacer. La siguiente cita será más completa.
Enfundé el arma, mientras la pobre muchacha, que esperaba a un donjuán y encontró a un sicario, se desgañitaba arrodillada junto a un ensangrentado guardaespaldas (no le pasaba nada, apenas un par de agujeros por pierna. No quería dejarlo lisiado para siempre. Al fin y al cabo, era un colega).
Cuando iba a subir al coche, recordé algo. Desandé los tres metros que me separaban del bar y dejé 10 euros en la mesa.
Ante todo, honestidad.